viernes, 27 de noviembre de 2020

Venerable Isabel I de Castilla, Catolica


Isabel la Católica, y valdría decir también la grande; ¡Con qué joyas de triunfo adornó la corona del glorioso Imperio!, digna es de ser llamada Madre de la Hispanidad, ella, que con homérico tesón labró el destino de una nación poderosa, donde el sol no se pondría jamás! Majestuosa diadema de laurel legó a cuantos bajo su estandarte recibieron el honor de formar parte de la Patria, cuya extensión no habría de conocer límites.  Modelo de Reina Católica, devolvió a la Cristiandad el áureo trono de Granada, bastión por siete siglos usurpado por el mahometano; no pudo el moro con  el ímpetu que corría por las venas de Isabel, sangre y fuego legado por sus valientes, católicos y santos antepasados, sin merma de aquella reciedumbre que los bravos ejércitos de antaño le inspiraron a seguir sin tregua la senda del buen combate, divisa honorable tan propia de los nobles de corazón. Bien representa nuestra Isabel el espíritu de milicia católica,  sólo un soldado sagaz de regia talla como la suya podía, con el sol cristianísimo de su valor, devolver la luz que Granada ansiaba recibir después de siglos sumergidos en las tinieblas de la idolatría. De la usura impía del judío limpió sus dominios, evitando que la desesperación llevase al pueblo a una masacre contra el avaro semita. Precursora del trato digno a los indígenas. Reformadora viril de la Iglesia, hizo brillar en sus reinos el fulgor de la santa Fe, entregando al orbe Católico ejemplo de franca religiosidad. 

Aurífero lauro de España, Isabel la Católica, que a semejanza de la ballesta, tensó sobre la cuerda del destino la saeta expansiva, dirigiendo hacia las altas cumbres de la gloria a una nación de corazón imperial, reclamando los dominios que le estaban destinados por designio divino; surcó el alma visionaria de Isabel los mares ignotos por medio de las carabelas, edificando por medio de ellas los murallones de una potencia grandiosa. Los vientos castellanos llegaron hasta los confines del mundo con su encanto y vasta cultura, propagándose por el orbe con ímpetus de progreso, que al amparo de Fernando e Isabel, se abrían camino por rutas inexploradas,  para gloria de Dios y de esa Patria, que estaban deseando unificar y expandir. 

Si hemos de recordar el 26 de noviembre de 1504, hagámoslo como merece la que ha cambiado la historia, recordando las memorables proezas realizadas a lo largo de su vida, para que siga perpetuándose en nuestros días su legado. 

Antes de las doce del día,  este valle de lágrimas vio a la más grande de las Reinas pasar a la gloria, a su haber dejando herencia, como hacen las buenas madres, arcas pletóricas de progreso, cultura y triunfos, pasajes de su vida católica que presentan a toda la humanidad el modelo del ideal de monarca justo y sabio representada en Isabel la Católica, cuya hidalga figura recuerdan los siglos con añoranza, por ver surgir en días aciagos como hoy, a una soberana de alma viril como la suya, que hiciera hazañas como las que antaño ella realizó con tanto heroísmo, y que evoca en los corazones honestos de hoy el alto concepto de mujer que nos testó su dignísima persona.

Isabel, emblema de coraje y determinación, femenina y modesta, flor de encanto que no sufrió detrimento en el recio ejercicio de gobierno, ni en las batallas, donde ella misma se apersonó para mostrar su valentía, nada logró ajar su galanura. Bajo su patrocinio proliferaron estudios de medicina, financió la edificación de grandes hospitales en Granada, Salamanca y Santiago. Junto a su esposo, el Rey Fernando, fomentaron el conocimiento  y fundaron varias universidades, entre ellas la de Alcalá de Henares.  

Isabel, mujer de vida cultivada a la luz de la fe y la razón, gustaba su espíritu delicado el exquisito vuelo que le ofrecía el arte, llevaba siempre consigo músicos, incluso en los campos militares, un amplio elenco de cuarenta cantores escogidos de su coro le acompañaban, cuyas voces eran escoltadas por violinistas, clavecinistas y flautistas. Más, si la suspicacia de uno dijera que esto no era más que una extravagancia, considérese aquí el concepto Español tradicional, que a semejanza de los antiguos griegos, se entendía la música como fundamento de toda la educación, y que no se tenía por instruido sino aquel que tenía conocimiento de este arte. Era, pues, Isabel avezada en estas materias, tal como lo exigía su dignidad de Reina, que también le impelía ser diestra en las artes de inteligencia militar, que lo era, sin duda.

Mientras el turco otomano usurpaba Constantinopla a los cristianos en 1453, Isabel, que había nacido en 1451, aparecía en la historia como signo preclaro de gloria para vengar más tarde el honor de la Cristiandad, devolviendo en 1492 el enclave de Granada al orbe católico y a los dominios de las Católicas Majestades. Brillen aquí las estrategias e inteligentes cavilaciones de ambos monarcas, cuya cruzada despertó ese sentimiento tan propio de la milicia cristiana y patriota, que no se dejaba ganar en tesón. Respaldados por su santidad Inocencio VIII, a los cuatro vientos el pontífice convocó a las naciones cristianas a unirse a la gesta de recuperar Granada, bastión de la Cristiandad, despertando en los corazones franceses, irlandeses e ingleses, el deseo de alistarse en las filas de los que habrían de dar frente al moro. Por fin, se acantonaron 50 mil hombres para embestir al infiel. Sin duda, el ejército estaba compuesto principalmente por españoles de distintas regiones; Gallegos, leoneses, vascos, castellanos, aragoneses, valencianos y andaluces, consolidarían la unidad de España en el campo de batalla.   

Cuenta Vizcaíno Casas sobre la ofensiva de los Reyes Católicos,  que en una de sus campañas por conquistar una ciudad bajo el dominio de los infieles, los oficiales quedaron perplejos al advertir que sería imposible llevar al campo de batalla sus pesados cañones. Enterándose la Reina Isabel,  pidió se le trajese un caballo para verificar los terruños por donde su ejército quería abrirse paso.  Era una montaña la que impedía el paso, y sin decir más, bajo su guía puso en obras a seis mil zapadores con palas y explosivos para pavimentar un nuevo sendero en la ladera de la montaña. Bajo la mirada del sol y del astro menor, trabajaron abarrotando barrancos, triturando piedras, talando árboles. Jornadas extenuantes de labores que dejaban a la vista el temple del ejército cristiano, y de su Reina, que no les dejaba en estos menesteres que ayudarían a labrar la victoria. Más de trece kilómetros de camino fueron cimentados en doce días; y mientras el burlón mahometano creía que los cristianos se habían quedado de brazos cruzados, un buen día, al despuntar la mañana, se vieron asediados por las negras fauces de los aplomados cañones, que rugían y amedrentaban con su imponente figura al enemigo. De tesón, valor y gallardía, ¡Isabel y sus ejércitos no se dejaban ganar, era cuestión de honor!    

En fin, estas letrillas tienen como única pretensión homenajear a aquella que por excelencia debe tenerse por modelo de mujer,  esposa, madre, cristiana, estadista, reformadora, conquistadora, propagadora de la cultura, y visionaria de la gesta del descubrimiento de América. No se puede en este día dejar de homenajear a la que fue y será ejemplo de virtud, perseverancia, tenacidad, templanza, magnanimidad y celo apostólico, ¡Desconoceríamos a la madre de la Hispanidad, rehusaríamos del carácter que hemos heredado de su sagaz espíritu y que nos dio a luz por medio de la hazaña que llevó a Colón a extender sus reinos!

Y tal día como hoy, un 26 de noviembre, pero de 1504 en Medina del Campo alzó el vuelo a las moradas eternas el Alma de tan recordada, insigne y valerosa Reina, Isabel de Castilla, fiel hija de la Iglesia, verdadero ejemplo de mujer, madre y esposa. Observante de la obra y vida del Seráfico Padre San Francisco de Asís, imitadora de su ejemplo en el celo de extender el Santo Evangelio a todo el orbe. 

Sobre el anhelo de nuestra Reina de como quería que fuesen celebradas sus exequias, nos narra su testamento:

"Y quiero y mando que mi cuerpo sea sepultado en el monasterio de San Francisco, que está en la Alhambra de la ciudad de Granada, rodeada de religiosos y religiosas de la dicha orden, vestida con el hábito del bienaventurado pobre de Jesucristo San Francisco, en una sepultura baja sin adorno, salvo una losa baja en el suelo, llana, con sus letras esculpidas en ella. Pero quiero y mando que si el rey mi señor eligiera sepultura en otra iglesia o monasterio de cualquier otra parte o lugar de mis reinos, que mi cuerpo sea allí trasladado y sepultado junto con el cuerpo de su señoría, porque el ayuntamiento que tuvimos en vida y que nuestras almas espero en la misericordia de Dios alcancen en el cielo, lo tengan y representen nuestros cuerpos en el suelo".

Que su ejemplo de virtud y catolicidad nos mueva a defender la sagrada fe con la misma valentía, como lo hizo ella.

Gianna de María V.I.C.M
Santiago de Chile.

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