lunes, 25 de enero de 2021

La Virgen de la Cabeza Inclinada

La Virgen de la Cabeza Inclinada: un milagro sobre la necesidad de orar por las almas del purgatorio.

En la iglesia de los carmelitas de Döbling, un señorial distrito al norte de Viena (Austria), se venera una imagen de la Virgen con una historia singular: Nuestra Señora de la Gracia, conocida popularmente como María con la Cabeza Inclinada. 

Es una pintura al óleo, obra de un maestro desconocido de la escuela italiana de los siglos XV y XVI, y de un pequeño tamaño: 45x60 centrímetros. Tiene su origen en un milagro que nos recuerda la necesidad de rezar por las almas del purgatorio, para que alcancen pronto el Cielo.

El cuadro fue encontrado en 1609 por un religioso español en Roma, Domingo Urrusolo (o Ruzola o Ruzzola en Itala), quien adoptaría en religión el nombre de Domingo de Jesús María (1559-1630), natural de Calatayud (Zaragoza), fue uno de los primeros monjes de la reforma teresiana, y había llegado a la Ciudad Eterna en 1604. Allí fundó el primer convento carmelita en la Urbe, el de Santa Maria della Scala, en el Trastevere.

Buscando un lugar para fundar el segundo monasterio romano, el de Santa María de la Victoria, encontró una casa medio en ruinas. Mientras la revisaba a fondo para estudiar su adquisición, pasó ante un montón de escombros. 

Iba a continuar su trabajo, cuando algo le dijo que debía mirar más cuidadosamente entre aquella basura. Empezó a apartar trozos de madera y enseres viejos, hasta que reparó en lo que parecía ser un cuadro antiguo. Cuando pudo rescatarlo, comprobó que era una bella pintura de la Virgen María.

El Milagro

En el diario donde anotaba sus gestiones como prior, lo primero que escribió aquel día fray Domingo fue el sentimiento que le invadió al verla: "Siento, querida Madre, que alguien haya tratado tu imagen de forma tan terrible. Te llevaré al monasterio conmigo, te colgaré en mi celda y te tributaré el homenaje que mereces". Así lo hizo. La restauró en cuanto pudo y supo, y le rezaba todos los días, pidiéndole su ayuda en los desvelos por hacer fructificar la orden en Italia.

Pero un día, los rayos del sol que entraban por su ventana se posaron sobre la pintura y descubrieron una mancha que el buen monje no había detectado antes. Lamentando lo que consideraba una negligencia suya y el trapo sucio con el que se aprestó a remediarla, empezó a limpiarla cuando sucedió el milagro. La imagen le sonrió y se inclinó levemente en signo de gratitud, al tiempo que le daba las gracias por las atenciones que le había dedicado.

Fray Domingo se asustó, temiendo estar siendo engañado por el Enemigo. Entonces la Virgen le dijo: "No temas, hijo mío. Pídeme lo que quieras y te lo concederé como recompensa por tu amor a mi Hijo y a mí". El carmelita le pidió entonces que liberase del Purgatorio a un amigo suyo, y recibió la promesa de hacerlo si él se sacrificaba por ello y le ofrecía misas con esa intención. Y la imagen quedó fijada tal como se la conoce hoy.

El religioso cumplió lo que María le había pedido, y al cabo de un tiempo se le apareció para comunicarle que su amigo había sido acogido ya en el Cielo. Y dijo algo más: "A quienes me veneren en esta imagen y busquen refugio en mí, les concederé las gracias que me pidan, especialmente quienes me pidan por la liberación de las almas del purgatorio".

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